Un defensor del espiritismo en la Jaén del siglo XIX: "Es la filosofía de la ciencia"
Historia y filosofía
Influenciado por diversas corrientes de pensamiento progresista, Manuel González Soriano (Cartagena) escribió varios tratados espiritistas durante su etapa de 30 años como telegrafista entre Andújar, Jaén, Linares y Vilches
La iglesia le declaró persona non grata por su rupturismo con el creacionismo divino y sus creencias en la reencarnación y la unificación del espíritu y el cuerpo
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A mediados del siglo XIX, en plena recta final del bienio moderado que dio paso al llamado gobierno largo de la Unión Liberal de O’Donnell durante el reinado de Isabel II, llegó a Andújar un joven telegrafista cartagenero, recién graduado y de nombre enciclopédico, que no tardó en empezar a moverse en círculos progresistas y racionalistas como la filosofía krausista y el espiritismo, que se desmarcaban del conservadurismo histórico de la religión católica. Tendrían que pasar varios años, más de veinte, para que Manuel Isidoro Prudencio González Soriano publicara, en 1881, un libro de título sugerente, cuando menos, El espiritismo es la filosofía, en cuyas páginas, entre otras cosas, dejó constancia de su creencia en la reencarnación y definió la doctrina espírita como “la síntesis esencial de los conocimientos humanos aplicada a la investigación de la verdad”. Lejos de tratarse de “una secta religiosa”, para González Soriano era “la ciencia de las ciencias”.
En las crónicas de esa época y de las posteriores se habla de la supuesta persecución a la que le habría sometido el clero, que veía en él una amenaza intelectual, lo cual le habría obligado a cambiar continuamente de destino de trabajo, aunque prácticamente siempre con la provincia de Jaén como punto de referencia. Murió, de hecho, en Andújar, en 1885. Pero ya lo dijo Allan Kardec, uno de los padres del espiritismo moderno: “La eterna es la vida del espíritu, la del cuerpo es transitoria y pasajera. Cuando el cuerpo muere, el alma vuelve a la vida eterna”.
Aire fresco para dejar atrás el creacionismo religioso
Manuel González Soriano nació en Cartagena el 28 de abril de 1837. Su padre, el coronel de infantería Isidoro González, murió cuando él tenía 3 años. Vivió con su madre, Cruz Soriano, hasta los 14 años, cuando se marchó a estudiar a Murcia. Terminó su formación en Madrid, donde estudió la carrera de Telégrafos. Según se cuenta en la web de la Asociación de Amigos del Telégrafo de España, en 1857, cuando solicitó la admisión al examen de ingreso en el Cuerpo de Telégrafos, aseguró que había estudiado “las materias de francés, aritmética y gramática castellana”, tal y como se pedía en la convocatoria, y también que había “practicado cinco años en la oficia de farmacia del Hospital Provincial de Murcia, sin otros méritos ni estudios”. Un año después, con 21, obtuvo el título y, tras superar un mes de prácticas, en abril fue nombrado telegrafista de tercera clase. Su primer destino fue Andújar, donde conoció a Trinidad González, con la que se casó dos años después.
Es a partir de entonces cuando González Soriano se empapa de los diversos movimientos científicos e intelectuales de la época, que le acabarán llevando a abrazar el espiritismo como filosofía de vida. Para comprender aquel contexto hay que tener en cuenta varios factores. En primer lugar, en 1859 -un año después de que González Soriano llegara a Andújar- se publicó El origen de las especies, de Charles Darwin, la obra que, con la famosa teoría evolucionista de la selección natural, puso patas arriba los preceptos creacionistas de la iglesia -ya se sabe, la creencia de que Dios había creado el universo y la vida tal cual hoy los conocemos-, algo que ya había empezado a cuestionar previamente el naturalista francés Lamarck con su teoría de la evolución biológica.
Hasta entonces, el creacionismo había dado respuesta no sólo al origen de la vida mediante un canónico Deus ex machina, sino también a la eterna pregunta sobre qué hay más allá de la muerte. Lo dice el último verso del Credo: “Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna”. La vida eterna como aspiración cristiana para estar en comunión con Dios no ya en cuerpo, pero sí en alma. Se nos ha contado siempre desde niños: una vez despojados de las ataduras carnales, los buenos van al cielo y los malos, al infierno. Y si, ahora, la ciencia, a través del evolucionismo, ofrecía una seria alternativa a la creación divina, también resultaba necesario encontrar nuevas maneras de explicar a dónde iba a parar el alma después del aliento último. Fue entonces cuando empezó a popularizarse la práctica espiritista en el mundo occidental, entendida como la comunicación con los espíritus de los muertos a través de un médium, pero también como la continuación de la búsqueda de la esencia del ser humano. La dificultad para asumir que la vida -la sustancia vital, digamos, la consciencia- llega a su fin en cuanto se hace efectiva también la muerte de la carne ni es exclusiva de la actualidad ni lo era de aquel ecuador del siglo XIX. Por poner un ejemplo, el llamado Libro de los muertos del Antiguo Egipto comenzó a usarse en torno al año 1540 antes de Cristo, y entre los textos que contenía se hallaban sortilegios para mantener contacto directo con el más allá con diferentes propósitos. Sin embargo, no fue hasta 1857, coincidiendo con aquel auge del evolucionismo, cuando el filósofo francés Allan Kardec acuñó el término espiritismo en su obra El libro de los espíritus. Para entonces el espiritismo ya se había asentado en España, incluso hacia 1855 ya se hablaba de una sociedad espírita en Cádiz.
En un artículo publicado en el blog Masonería en Jaén se asegura que la influencia del espiritismo fue “tan fuerte” en las logias masónicas, que estas se convirtieron en agrupaciones espiritistas en municipios como Alcalá la Real y la granadina Loja. “Podemos atender a diferentes razones que unían a la masonería del siglo XIX y el espiritismo: creencia en un ser supremo, principio de solidaridad universal, creencia en la transcendencia humana y búsqueda del conocimiento a través de la introspección (sea esta moral o espiritual)”, reza el texto, en el que también se destaca que al primer Congreso Internacional de Espiritismo celebrado en 1888 en el Salón Eslava de la Ronda de San Pedro, en Barcelona, asistieron tres sociedades espiritistas de la provincia de Jaén: el Centro Espiritista de Marmolejo, el Centro La Esperanza, de Andújar, y el Centro La Luz, de Alcalá la Real.
Por su esencia rupturista con la tradición cristiana y el conservadurismo intelectual, la doctrina espiritista atrajo pronto a adeptos de ideología liberal, socialista e incluso anarquista de la época, unos océanos progresistas en los que también cobró fuerza, a su vez, el pensamiento krausista cuyo máximo exponente en España fue el historiador Julián Sanz del Río, quien, durante su estancia en la Universidad de Heidelberg, mantuvo contacto con discípulos del filósofo alemán Karl Friedrich Krause, creador del panenteísmo. Según se recoge en la web del Ministerio de Educación, Formación Profesional y Deportes, el krausismo español “pretendía sustituir los supuestos tradicionales de la religiosidad española por una moral austera, el cultivo de la ciencia y una religión semisecularizada”. De hecho, inspiró la creación de la Institución Libre de Enseñanza, fundada en 1876 y convertida en posterior bestia negra del franquismo en el ámbito educativo.
El filósofo Gustavo Bueno señala en su obra Krausismo y marxismo (1991) que los krausistas “rondaron también con frecuencia las proximidades del espiritismo”. Según parece, esa vinculación tiene su origen tras la muerte de Sanz del Río, el 12 de octubre de 1869. Al día siguiente, dieciséis socios de la Sociedad Espiritista Española se reunieron en el bajo de un edificio de Madrid y, según describió uno de ellos, Lucas Aldana, en su diario manuscrito, tuvieron contacto con el espíritu del filósofo fallecido -o desencarnado, como prefieren los espiritistas-: “M. Pastor dio otra de Sanz del Río cuyo entierro se había verificado aquella tarde despojado de todo aparato religioso cuya descripción hizo E. [nrique] Pastor”, tal y como cita el portal Filosofia.org. Esa misma fuente alude a otra “sesión espiritista” una semana más tarde en la que, además de leerse “la comunicación de Sanz del Río” se logró conectar con el espíritu de Moisés.
El espiritismo es la filosofía
Manuel González Soriano se propuso aunar todas aquellas tendencias de pensamiento en una sola, una suerte de krauso-espiritismo que le procuró cierta fama. La revista La IdeaLa Idea, editada por la Confederación Espiritista Argentina, le dedicó un artículo en su número 224, publicado en enero de 1943, lo cual demuestra que su influencia trascendió no sólo las fronteras jienneneses, sino también las españolas. En el texto, firmado por Natalio Ceccarini, incluso se asegura que aquel acercamiento a las teorías espiritistas le hizo ganarse algunos amigos en la iglesia: “El clero comienza a hacerle víctima de sus intrigas, hasta tornar insostenible su situación, lo que le obliga a trasladarse a Ciudad Real, donde igualmente es objeto de ludibrio y desprecio, llegando esta hostilidad hasta la negación de una casa donde albergarse”.
En Ciudad Real permaneció durante siete años en los que las cosas no le fueron del todo bien. Tal y como se indica en el mismo artículo, montó un estudio de fotografía y, según cuentan las crónicas, no llegó a recibir a ningún cliente: nadie se atrevía a entrar al local porque, según afirmaban, olía a azufre. “Intenso estudioso del Espiritismo y ardiente defensor las ideas postuladas por la doctrina, comienza a experimentar todas las amarguras de un medio hostil al nuevo ideal, que inciden cruelmente sobre él y su amantísima esposa. Dadas sus relevantes condiciones intelectuales y morales, unidas a su habilidad de polemista agudo y penetrante, se le van creando una serie de situaciones difíciles, que prueban la integridad de su carácter y la valía de su espíritu”, escribió sobre él el mencionado Ceccarini.
En 1876, González Soriano se mudó a Manzanares, donde estuvo algo más de un año tras el cual regresó a Andújar. Ocho meses después, le ascendieron a jefe de estación y le trasladaron a Jaén, donde permaneció durante cuatro años y mantuvo sonadas disputas dialécticas contra el secretario del obispo, Francisco Suárez. En 1881 publicó El espiritismo es la filosofía, su primer libro sobre la materia en una de cuyas primeras páginas se lee lo siguiente: “El Espiritismo no es ni una filosofía ni una secta religiosa, sino la filosofía de la ciencia, de la religión y de la moral; la síntesis esencial de los conocimientos humanos aplicada a la investigación de la verdad; la ciencia de las ciencias”.
Entre otros aspectos, González Soriano aborda en el libro el análisis de algunos de los principios básicos a los que también se dedicaba el espiritismo de la época, como la reencarnación: “Nacer, no es ser creado, es manifestarse el ser en la vida orgánica. Renacer o reencarnar es la única objetivación del mismo ser o espíritu por la nueva asociación a otro organismo material de iguales o mejores condiciones que el anterior”, escribió, marcando una clara distancia con el creacionismo cristiano. Otro de los conceptos que trató fue la unificación del espíritu y el cuerpo: “Sintetización de la materia organizada y del espíritu para constituir al ser animal y al ser humano, por medio de un lazo fluídico, plástico, que se denomina periespíritu, meta-espíritu, o cuerpo aéreo, o celestial”.
Un año después de publicar esta obra permutó su puesto con un compañero y se marchó a Motril, donde pasó casi un año medio. Luego regresó a Andújar durante diez meses, puso rumbo a Málaga y pronto volvió a la provincia de Jaén. En Linares ejerció su profesión durante otro año y medio. “Es aquí, en esta última residencia, donde Manuel González Soriano comienza a trabajar intensamente, noche y día, en la preparación de sus obras. “Quizás -narra su esposa-, las largas noches sin sueño y el abrumador trabajo que se impuso, fueron las causales que aceleraron su temprana desencarnación”, se explica en el texto de la revista argentina. De esa labor salieron dos libros más: El materialismo y el espiritismo y Controversias. Por problemas de salud, González Soriano solicitó el traslado a Vilches. Tres meses después regresó a Andújar, donde murió el 2 de noviembre de 1885.
Natalio Ceccarini le rindió homenaje así en su artículo de La Idea: “Su vida fue la propia de un héroe; luchó como un titán, defendiéndose de sus enemigos que nunca le dieron tregua, y usaron de todos los medios para trabar su luminosa y fecunda existencia, pues veían en Manuel González Soriano a un portador y defensor de ideas nuevas, que amenazaban in números intereses creados, y ponían tan al desnudo tantos sofismas y errores establecidos”.
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