Javier Compás: "España se ha horterizado tremendamente"

El escritor publica la novela Retratos de mujer con pelo corto, una historia, narrada desde la autoficción, en la que se cuenta el amor secreto de dos mujeres en la España de la posguerra

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Javier Compás. / Manolo Manosalvas
Gonzalo Grajera

25 de octubre 2024 - 04:59

Javier Compás es un escritor que se dedica al único género literario que da de comer: la crítica gastronómica. En esa nómina en la que figura un Álvaro Cunqueiro o un Néstor Luján. Pero la cosa no queda en ese ámbito. Nuestro autor acompasa otros registros: el novelista, el articulista, el poeta. Ahí está su bibliografía, con Las calles del tiempo, La sala japonesa y otros relatos o La playa de los Alemanes. El pasado mes de septiembre, Compás publicó en la editorial Platero CoolBooks la novela Retratos de mujer con pelo corto. Una propuesta, próxima a la autoficción, en la que se cuenta la historia de dos mujeres que mantuvieron una secreta relación sentimental en la España de la dictadura. La identidad de una de estas dos mujeres será una cuestión clave de la novela.

-La novela trata la relación sentimental de dos mujeres en la posguerra y los años de la dictadura. Usted afirma, en más de una ocasión en estas páginas, que aquel tiempo no fue un tiempo en blanco y negro, como se suele describir con frecuencia.

-Bueno, a ver, no vamos a negar la realidad. Fueron años duros y difíciles. La madre de una de estas dos mujeres se queda embarazada en los años veinte. Y es madre soltera. Eso era duro en aquellos años de posguerra, de la moral católica. Pero sí es verdad que yo siempre escuché en mi casa –una casa de vecinos, de clase media y baja- que, dentro de esa precariedad, eran gente alegre. Es cierto que había precariedad, pero la gente no estaba apagada ni llorando por las esquinas. Por lo que me contaban mis padres, ellos eran felices.

-Otra cosa que he leído y que me ha llamado la atención. En la época de la novela, el gay, o el amor entre hombres, no era un tema tabú. En cambio, el amor entre mujeres, sí.

-Sin duda. Aunque los señores serios de la época que eran homosexuales intentaban disimularlo, pues de saberse su condición sexual, no prosperaban socialmente o podían verse marginados. Pero siempre se toleró, entiendo yo, la homosexualidad. Yo de pequeño iba a la caseta de La Esmeralda [en la feria de abril] y allí no había ningún problema. Quizá porque eran mariquitas con pluma, que hacían gracia, flamencos o actores… Entiendo que el régimen pensaba que tenía que idear algunos escapes, para no asfixiar más a la gente. No sé. Esa visión que se ha dado en el cine español, de la persecución a los homosexuales, no la tengo tan clara.

-¿Y ese tongo en el mundial del 82, en España? También se trata en la novela. No tenía ni idea. ¿Qué pasó ahí?

-(Risas) Eso es público y notorio. España pasó porque hubo alguna manita, por anfitrión y tal. No llegó al nivel de Argentina con Videla, pero sí es verdad que hubo ayuda. Pero bueno, eso sigue pasando. El equipo anfitrión se procura que pase a la segunda fase. Pasó en Corea.

La escritura en inherente la condición humana y es lo que nos diferencia de los animales"

-La mili. No se retrata mal en Retratos de mujer con pelo corto.

-Yo es que tuve una mili buena. De hecho, en aquella época, año 82 o 83, conocí en la mili cosas hoy impensables. En la primera noche, y lo cuento en la novela, me encontré a un chico de un pueblo de Sevilla que no sabía ni leer ni escribir. Era pastor. Él estaba muy contento de ir a la mili. Y lo estaba porque nunca se había montado en un tren. A este chaval lo había traído su padre una vez a Sevilla para que conociera El Corte Inglés de la plaza de El Duque. En ese sentido, en la mili había una conjunción de gentes de toda España. Había un intercambio intercultural, que dirían ahora. Por ahí la mili no era mala. Pero bueno, si pensamos en que es algo que te llevan a la fuerza, que te visten de soldado, con un fusil, pegando tiros… cuando en mi caso tenía que estar en Sevilla en la facultad… Ahí la cosa cambia.

-Usted desmitifica la Movida. En la novela, me refiero.

-Sí. Quizá porque yo no me metí de cabeza en ese ambiente. Aunque mi cuartel estaba muy cercano a los cines que ahora se llaman Renoir. Allí vi el estreno de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón. Yo iba a los bajos de Argüelles. Un sitio de zona de bares, donde se ligaba. Era una movida un tanto alternativa a la movida de Alaska. Quizá no tendría que haber dicho que la Movida no fue para tanto, sino que yo no me enteré de lo que había allí.

-El narrador –que puede, o no, ser usted- habla de lo fea y hortera que es la gente hoy día.

-España se ha horterizado tremendamente.

-Cuénteme esa teoría.

-Los españoles siempre hemos sido gente comedida. De hecho, el típico ejemplo sería la corte seria y católica de un Carlos V o de un Felipe II, con sus ropajes oscuros. Por cierto, todo se debía a un tinte que venía de América, de un árbol de allí. Ese tinte se puso de moda. Quizá por eso vestían de negro, y no por el ascetismo católico que nos han contado. El caso es que contrasta esa corte de ropajes oscuros de los cuadros de Velázquez con esa parafernalia barroca de Francia. España siempre ha mantenido una sobriedad. Yo digo que en España es fácil vestir bien. Nada que ver con esos alemanes de pantalones cortos con sandalias y calcetines blancos. Una indumentaria que ahora ha calado entre nosotros. Pero lo importante no es cómo se vista gente –que se vista como quiera-. El problema es que te sientas en el AVE y hay un tío que se ha quitado las chanclas y tiene los pies puestos en el asiento de delante. Se ha perdido ese clasicismo y esa sobriedad nuestra.

-Por cierto, hace poco le he leído a un crítico que la literatura no merece la pena.

-Creo que eso será una boutade. Esto es como la música, como el arte. ¿Es útil? En principio no. Pero a mínimo que lo pensemos llegamos a la conclusión de que es tremendamente útil. Desde el tío que estaba en Altamira pintando bisontes, el hombre ha tenido una inquietud en el arte y en escribir. La escritura en inherente la condición humana y es lo que nos diferencia de los animales.

-Hablando de crítica. Usted se dedica la crítica gastronómica.

-Bueno, cada vez menos…

-¿Es la única literatura de la que se come?

-Literalmente. Porque además te invitan a muchos saraos. Aunque esto de invitarte, en parte, te coarta la libertad a la hora de escribir. Pero sí: es una literatura que da de comer. Y ahora me voy a meter en un jardín, con lo que voy a comentar. Me refiero a la tendencia de hoy a llamar a instagramers, a tiktokers. Gente que muchas veces no habla de gastronomía ni escribe de gastronomía. Es lo que tenemos. Son los referentes de hoy. Es un poco frustrante. Esto conecta con lo que hablábamos antes del mundo horterizado. Los referentes de mucha gente es gente muy hortera.

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