"Un hurra por quienes dicen no"

Julia Navarro | Escritora

La escritora Julia Navarro. / J. M. Fernández
Juan de la Huerga

10 de noviembre 2024 - 05:30

NOVELISTA AVALADA POR LOS LECTORES. Periodista de largo recorrido (hasta 2010) pero no de vocación, el nombre de Julia Navarro (Madrid, 1953) está ligado al éxito cada vez que saca novela a la calle. El niño que perdió la guerra (Plaza&Janés) será otro libro superventas, aunque a ella le pueda la nerviosera como si fuera debutante. Editada en más de 30 países, anduvo por Sevilla de promoción mientras caían chuzos de punta.

–Aún no he leído El niño que perdió la guerra. ¿Lloraré como en La vida es bella, la película de Benigni?

–Es una novela muy dura que no va a dejar indiferente al lector. Es a lo que aspiro cuando escribo.

–¿No será, como el título del libro de Isaac Rosa, ¡Otra maldita novela sobre la Guerra Civil!?

–Es sobre los totalitarismos. Todos se parecen, los pintes de azul o de rojo.

–Usted los ve calcados.

–Pueden tener aparentemente ideales diferentes, pero las consecuencias son las mismas: acabar con la libertad de los ciudadanos.

–Pablo, el niño de la novela, huye de una dictadura (franquismo)para acabar sufriendo los efectos de otra (estalinismo).

–Los padres quieren salvar al niño de los estragos de la guerra y lo mandan a la URSS. Hubo muchas familias en la Guerra Civil que enviaron a sus hijos a Francia, Bélgica, México... y en el caso de Pablo pasó de una dictadura a otra. Los niños siempre pierden las guerras de sus padres y Pablo se quedó en la URSS porque el régimen comunista y el franquista no tenían relaciones.

–¿Forma parte de la estrategia de la promoción de la editorial la peripecia del espía Pavel Rubtsov, conocido como Pablo González?

–Nada que ver, yo ni sabía ni de su existencia.

–Dos madres se rebelan contra el poder en estados opresores. ¡Un hurra por las mujeres valientes!

–Un hurra por aquellas personas que dicen no. La historia la han escrito los hombres y demasiadas veces han pasado de puntillas por la presencia de las mujeres, pero siempre han estado ahí.

–Dice que “los dictadores temen más a la cultura que a las armas”. ¿El pensamiento libre es munición de inspiración masiva?

–A los dictadores los desespera lo que no controlan. Aquel con pensamiento propio se convierte en enemigo.

–¿De dónde surge esta historia?

–Leer a Anna Ajmátova me llevó a interesarme por la mujer que había detrás de esos poemas. Su biografía me impactó como su obra.

–Apunta ideas en una libreta. ¡Qué antigua!

–Soy de apuntar. Me preocupa la crisis del folio en blanco. Pero mi libreta de las ideas es tan extensa que me va a faltar vida.

Si volviera atrás, no sería una niña obediente, me rebelaría para imponer mi vocación de bailarina"

–Parece que los escritores superventas tienen que pedir perdón. ¿Problema de elitismo, complejo o simple estupidez?

–Estupidez de algunos críticos. En el mundo anglosajón el que vende tiene prestigio y aquí es sospechoso. Hay mucha hipocresía, soberbia y desprecio a los lectores. Creer que sólo son buenos los libros que venden poco y entienden los exquisitos es de una soberbia insoportable, aparte de estúpido.

–Con permiso de don Fermín Bocos, Arturo Pérez-Reverte y usted podrían ser un matrimonio libresco.

–Lo conozco desde hace mucho, hemos trabajado juntos, lo admiro y le tengo muchísimo afecto. Y es amigo de mi marido. Arturo es uno de los escritores más importantes del siglo XX y de lo que llevamos del XXI.

–"Los lectores son implacables y hacen bien. En cada libro me la juego". ¿Cómo lleva la presión?

–Cuando publico libro estoy preocupada hasta que la editorial me dice cómo va, pero es por respeto a los lectores, son los que eligen.

–Quiso ser bailarina, una Margot Fonteyn, y se hizo periodista. ¡Vaya volantazo!

–Si volviera atrás, no sería una niña obediente, me rebelaría para imponer mi vocación. Hace unos días vi El lago de los cisnes en el Teatro Real y me costaba estar quieta, tenía ganas de bailar.

–En 1998 escribió La izquierda que viene. Seguro que mucho de lo que está pasando no lo vio venir...

–No vi venir nada. Raimundo Castro y yo entrevistamos a gente de la cultura, de la política... Creo que no acertó nadie. Me quedo con las reflexiones de Emilio Lledó y Javier Marías.

–Si se tuviera que definir, ¿es más felipista, de González, o felipista, del Rey?

–Felipe González es el mejor presidente de la democracia, sin quitar méritos a Adolfo Suárez, con quien fuimos muy injustos. No soy monárquica, aunque Felipe de Borbón lo está haciendo bien y valoro su papel porque defiendo la Constitución. Él se adapta al pie de la letra a su espíritu, no queda otra que apoyarlo.

–El caso Errejón ha convulsionado al país. ¿Qué sensación le deja? Porque Podemos venía a dinamitar la Constitución y...

–Podemos ha demostrado que no tenía proyecto. ¿El país es hoy mejor que cuando llegaron? ¿Vivimos mejor? Creo que no. En la vida personal de ellos, no me meto. Pero lo que se ha conocido de Errejón demuestra esa doble vara de medir.

–Su padre, el periodista Felipe Navarro, Yale, se disfrazó de enfermero y de monja para entrar en La Paz cuando estaba ingresado Franco. Me quito el sombrero por la audacia.

–No soy periodista por mi padre, sino por descarte. Quería ser bailarina y después física. Cuando se habla del nuevo periodismo como invento de los estadounidenses, no es así. Hubo una generación en España que hizo antes el periodismo de calle.

–Él publicó La bragueta nacional: antología del machismo...

–[Interrumpe] Yo no leí esos libros.

–¿España perdió en algún momento el sentido del humor?

–España cada vez tiene menos sentido del humor. Vivimos en una sociedad muy crispada y polarizada. El Rey alertó en los Premios Princesa de Asturias sobre los peligros de la polarización y ha sido uno de sus mejores discursos.

–En Dispara, yo ya estoy muerto, usted explicó los orígenes del conflicto judeo-palestino. ¿Es ésta, por desgracia, una historia interminable?

–Sólo tendrá fin el día en el que ambas comunidades acepten que tienen que vivir juntas. No se tienen que querer, pero sí aprender a compartir un espacio. Es un conflicto muy complejo que no se puede resumir en buenos y malos. Eso es una simpleza. Me preguntan si soy propalestina o projudía y digo que ambas porque son dos comunidades que tienen que aprender a vivir juntas.

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