Luis Calabozo, director general de la Federación Nacional de Industrias Lácteas (Fenil)
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LA recuperación se retrasa. La economía no termina de despegar con la fortaleza deseada y los felices pronósticos de hace unos meses comenzaron a esfumarse con la drástica corrección de la contabilidad del crecimiento de finales del pasado verano. Pese a ello, el empleo sigue creciendo y la previsión es que lo seguirá haciendo en 2022. La economía se estanca, o crece bastante menos de lo que se esperaba, pero el mercado de trabajo parece inmune a los inconvenientes y mantiene su fortaleza. A la espera del cierre de 2021 en datos EPA, los datos del tercer trimestre del pasado año fueron elocuentes. Se consiguió superar el nivel de empleo de antes de la pandemia y alcanzar la emblemática cifra de los 20 millones de ocupados. Los parados ya son menos de 3,5 millones y descendieron más de un 8% durante ese mismo trimestre, mientras que la tasa de paro también se situó, por primera vez desde la pandemia, por debajo del 15%.
Pero si la economía se estanca, o crece menos de los esperado, y el empleo mantiene todo su vigor y se espera que continúe siendo así durante todo este año, algo más debe estar pasando. Krugman se enfrenta a una pregunta similar en Estados Unidos, aunque en un contexto algo distinto. Allí también aumenta el empleo, pero la economía crece con fuerza, de manera que no existen contradicciones aparentes y hacen que sus inquietudes apunten en otra dirección. En concreto se pregunta si con menos inflación se podría haber reducido tanto el desempleo y su respuesta es que no. Es más, considera que las políticas económicas de apoyo sin miramientos a las empresas y a la demanda han sido mucho más adecuadas de lo que muchos escépticos proclaman.
Las dos opciones son, por un lado, reprimir el consumo mediante restricciones monetarias y fiscales y evitar las tensiones en algunos mercados desabastecidos de manufacturas y bienes duraderos y sus correspondientes subidas de precio. Por otro, permitir lo contrario, es decir, que sean los precios los que resuelvan las tensiones. La primera habría tenido una influencia muy adversa sobre el empleo, mientras que la segunda ha permitido una importante reducción del paro en plena pandemia y mantener activo el proceso de recuperación. Krugman acude a la relación básica que propone la curva de Phillips (existe una relación inversa entre paro e inflación) para explicar la caída del desempleo en Estados Unidos, aunque deja en el aire la pregunta de si se podrá reducir la inflación con dignidad, es decir, antes de que la aparición de una espiral precios/salarios conduzca la economía a la recesión.
La realidad española es algo diferente porque en tan solo unos meses hemos pasado del pelotón de los escapados hacia la meta del nivel de actividad previo a la pandemia, a estar en el de los descolgados. La creación de empleo cuando el crecimiento es débil es comprensible en un contexto de caída de la productividad y del salario real, pero hay que preguntarse si es posible estar así durante mucho tiempo y, sobre todo, si es conveniente.
Han ocurrido acontecimientos extraordinarios durante la pandemia y el mercado de trabajo no ha sido una excepción. Lo golpeó de lleno el confinamiento, congelando las expectativas de encontrar empleo a los que andaban buscando y cebándose con los trabajadores temporales, pero los ERTE consiguieron aplacar las tensiones casi por completo. Finalmente aparecieron las colas del hambre y las esperanzas de retorno a la normalidad se vieron frustradas en tantas ocasiones como olas ha tenido la pandemia, provocando que las euforias desatadas con cada caída de la curva de contagios terminasen siempre de la misma forma. En este deprimente escenario, las iniciativas de ingreso mínimo vital, salario mínimo interprofesional y, sobre todo, los fondos Next Generation de apoyo a la recuperación se encargaron de inyectar descargas de optimismo en la sociedad. España recibirá 140.000 millones de euros que deberían permitir regresar a toda velocidad al nivel de actividad previo a la pandemia y, de paso, dar un vuelco a nuestro denostado modelo económico de baja productividad, altibajos estacionales, reducida intensidad tecnológica y elevados niveles de desempleo. Además, los ERTE estarían condenados a desaparecer porque el aparato productivo no había quedado tan seriamente dañado como en otras crisis y solo hay que volver a ponerlo en marcha. Cuando se comienza a tomar conciencia de que algunas cosas no estaban saliendo como se esperaba, apareció un nuevo actor en escena: la inflación.
La realidad es que el empleo que se crea sigue siendo precario y concentrado en sectores muy concretos porque la pandemia sigue haciendo estragos. Buena parte de ellos en el sector público. Especialmente en el sanitario, por razones lógicas, pero también en el educativo por diferentes circunstancias también relacionadas con el coronavirus y en algunas actividades privadas, como el comercio, el transporte o la logística. Entre los cambios en el panorama laboral aparecen nuevas formas de trabajar y nuevos segmentos de empleo, así como una fuerte caída del salario real provocada por una inflación superior al 6%. La fortaleza del empleo tiene sin duda que ver con todo ello y con las políticas de apoyo a empresas viables, pese a las críticas al gobierno por cicatería, y los ERTE. También con el empeño del BCE con el mantenimiento de los estímulos monetarios, aunque en el caso de España se eche en falta un compromiso similar en materia de política fiscal. Sobre este panorama planea una cierta ambigüedad en la orientación de las políticas económicas que podría ayudar a entender la frustración en las expectativas de crecimiento. Puede resumirse en que la apuesta decidida por el mantenimiento y la creación de empleo contrasta con una notable indefinición en los instrumentos de apoyo al tejido empresarial. La incógnita es cómo afectaría a este delicado equilibrio la aparición de una espiral precios-salarios, si el BCE se plantease abordar el problema de la inflación con la dignidad a la que se refería Krugman.
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