Resacón en Jaén: mi primera Carrera de San Antón
San Antón
Dicen que, a más mayor, más duran las resacas. La de mi estreno en la noche más mágica de Jaén lo confirma. Y mira que soy de Granada, que tampoco andamos mal de belleza…
La San Antón, un motivo más para amar a Jaén
Jaén/Facto: cuantos más años cumples, más duran las resacas. Las emocionales también. ¿Se puede salir de una carrera? De la San Antón de Jaén, difícil. Al fin entiendo a Jorge Ruiz, a Mudarra, a Ana Santaella… Dicen que es la carrera más bonita del mundo. No entraré en ese juego: vengo de Granada y tenemos una Media Maratón que también se autodenomina así. Entiendan que barra para casa. Pero lo que viví el sábado de San Antón por las calles del Santo Reino sí que supera cualquier experiencia previa. Me preguntaba mi amigo Roberto Sojo tras la correr. Le dije que una vez en la vida hay que hacerla. Porque no es una carrera, es una experiencia para toda la vida.
Siempre fui muy de Jaén. Puede ser porque mis vecinos de toda la vida fueran de Valdepeñas por lo que tengo muy arraigado ese sentimiento de pertenencia, un olivo me parece el árbol más bonito del mundo, y dice que ha llegado a casa cuando baja de Madrid y ve el Castillo de Santa Catalina cuando aún queda una hora de coche. Tras la San Antón, soy un poquito más lagarto.
Llevaba años detrás de la San Antón, tres según mis cuentas, y nunca trincaba dorsal. Luego veía a los mencionados antes en Instagram y me corroía la envidia. Mi Topitor hizo mucho estos años por meterme el gusanillo de esta carrera también. Por fin la hicimos, querido. Luego está Mudarra, al que tengo el honor de llamar compañero, del que lees y escuchas embobado hablar de su tierra, y no puedes más que decir amén. Y junto a Osorio, Verónica, María, Fernando, Sara, Custodio, Cristina, Fátima, la mejor compañía para hacer aún más inolvidable un día con olor a leña quemada. Olor a invierno. A San Antón.
Una ciudad echada a la calle
Me planto en el cajón verde con el ansia viva de empezar con ilusión mi primera San Antón. Antes de ello ya hay imágenes en mi retina para siempre. Como calentar desde el coche de Osorio a la salida y en un claro, paralelo al Parque de la Fuente de la Mimbre, atisbar a los lejos, en el valle del Guadalbullón, al menos cuatro lumbres. Como se avisaban entre fortalezas en la antigüedad, entre la oscuridad. Luego encarar avenida de Andalucía con una gran hoguera a la derecha, y contemplar con nitidez el pasillo de antorchas de la salida. Llega por detrás Mudarra. Me dice que disfrute antes de despedirme. Se le corta la voz. Sería en los primeros metros donde le comprendería. Es imposible no emocionarse. Yo lo hice.
Pero la carrera te pone rápido en faena, aunque es también imposible abstraerse a lo que sí hace a la San Antón la mejor carrera del mundo: los jiennenses. Nunca vi a una ciudad tan volcada con una carrera popular. No hay metro, esquina, calle, recodo vacío. Contemplo el fuego grabando algo que sé que es único. El griterío, los cánticos, los ánimos, la muchedumbre. Abruma. Me dijeron que el paso por el túnel era el primer gran momento. Lo fue. La charanga toca los compases de Seven nation army, de los White Stripes, lo que todos cantamos con un engolado lo, loló, lolo, loooolo. Corren los Bomberos de Jaén vestidos con su traje de faena. “Qué huevos tenéis”, les gritan. Sí, pero también van más calenticos.
¿Pero esto qué es?
Voy muy rápido para empezar. A diferencia de lo que me habían advertido, pude correr sin encontrarme ningún tapón. Al ir cuesta abajo, tiré fuerte. Las sensaciones eran buenas, sobre todo teniendo en cuenta que las semanas previas la rodilla me estaba molestando. Aun sin ir al 100%, también tenía mis objetivos de tiempo: bajar de 55 minutos y acercarme a mi marca de 50. Aunque dicen que la San Antón no es para correr con el crono, todos tenemos nuestro orgullo. Y que tampoco quería que ni Mudarra ni Jorge me cogieran, que habían salido en el cajón blanco, y luego no quería coñas. Que sí, que me piqué.
Llega la avenida de Madrid, primer puerto de primera categoría. Algo oscura la calle, señor alcalde. No sé, tampoco soy de aquí. Las piernas van, pero me veo muy adelantado y eso que soy de subir. Trato de recuperar resuello en Virgen de la Cabeza, frente al Corte Inglés, pero de repente me encuentro con la rampa de Fermín Palma, donde evito algún tropiezo y casi le tiro la antorcha a una pequeña con el codo (lo siento mucho).
La esquinita del giro de calle Baeza pica, y eso que con quince metritos como mucho. El segundo sector de la avenida de Madrid me sienta mucho mejor que el primero. Ya soy yo el que adelanta y se acaba el primer infierno. En la bajadita por la avenida Granada, precisamente, veo a uno corriendo con la camiseta rojiblanca de Myrto Uzuni. A Austin se va por Jaén, parece. Sin tiempo para recuperar el resuello, en la rampita de la plaza de toros, con su empedrado, las piernas te dicen "illo, ¿esto qué es?".
Van casi 4 kilómetros pero no oigo el chivato del reloj. Porque no se oye nada del gentío. Hileras e hileras de jiennenses y una nota común, al menos en mi zona del pelotón: cada pocos metros, alguien saludaba a un corredor. Me acordé de un vídeo que vi en redes esta semana que se titulaba ¿Cómo saber que se acerca la Carrera de San Antón sin decir que se acerca la Carrera de San Antón?
Esta me la sé: Escuderos
El Arco de la Puerta del Ángel nos lleva a Adarves Bajos. A estas alturas de carrera sé que voy muy por encima de mi ritmo habitual, y que menos mal que me medio familiaricé con el recorrido en Google Maps durante la semana, porque los desniveles, las subidas y las bajadas son peor que las cuestas.
Como la de la avenida de Escuderos (guiño, guiño, que esta me la sabía). Mantengo la zancada y adelanto. Es dura pero tiene una cosa muy buena: la hoguera y el escenario te dan la referencia de cuando acaba el infierno. Avanzas rodeado de público, gritando, animando, chocando las manos a los más peques. No sientes frío. Sabes que los músculos van a tope pero es imposible frenar. Gozar desde el sufrimiento. Un sufrimiento que me dio al mirar el móvil, que llevo adosado al brazo, y ver que el Strava se me había parado. Para quien corre eso es el horror. Adiós a la medida y a la marca. Lo reanudo pero ya, pa qué.
La Catedral no tiene sentido
Por muy preparado que vayas, te advierten del paso por la Catedral de la Asunción. Spoiler: por mucho que te cuenten, vivirlo supera las expectativas. Me voy dejando caer por la Carrera de Jesús con precaución para no resbalar con el agua que sirven en el avituallamiento. Difícil porque vas mirando hacia arriba, hacia la torre derecha, que ves iluminada con el anaranjado propio del fuego. Humo, gritos ensordecedores. Coges la curva y el técnico de sonido de la vida sube el volumen como un crossfade. Jaén entera te sobrecoge. Sus ánimos son un gel energético. La obra maestra de Vandelvira te empequeñece. Pareces el gladiador en el coliseo. Lo escribo, pero me quedo corto.
La bajada por Bernabé Soriano es vertiginosa. Me da igual petar a final de carrera, Jaén me lleva volando. Siguen puestas las luces de Navidad. Tengo la impresión de que no se acaban hasta que cruza la meta el último corredor. Alcanzo la calle del Rastro haciéndole un interior a una chica que me estaba cerrando con malas artes. Esta parte me castiga. Eso de que “te dejas caer desde Catedral” es una coña mala. Me sorprende la rampita de la plaza de los Jardinillos y los desniveles variados de Millán de Priego y Núñez de Balboa. Siento que respiro en esta parte, donde ya sí se baja más pronunciadamente por el Sagrado Corazón de Jesús.
Sé que queda poco pero sigo apretando hasta mi límite. Hay fatiga pero sé que me quedan reservas para apretar en los dos kilómetros finales. Tengo la sensación de que toda mi San Antón ha sido un eterno test de lactato. Condestable Iranzo, zigzag a Federico del Castillo, zigzag a Sefarad, donde los médicos del hospital salen a aplaudir. “Si me tiene que dar un vitango, que sea aquí”, pienso irónicamente.
La meta que nunca llega
Y llega la gran putada de esta carrera. Ni avenida de Madrid ni Escuderos. El maldito último kilómetro. La avenida de Andalucía hacia arriba se hace eterna. Crees ver la meta pero no la ves porque te la tapa Blas Infante. Y cuando crees que estás, aún te quedan casi 400 metros. Claro, novato de mí, aprieto aún más. El corazón sale por la boca. El cuerpo te pide bajar el ritmo. Pero con tanta gente apoyándote no puedes hacer el ridículo y pararte o aflojar. Hay que deberse al público, siempre. Y al fin, la meta. Entro tan justo que no tengo ni que desacelerar. 53:26 según Strava. Tiempo oficial, 52:12. Tiempo neto: 51:10. Me doy por satisfechísimo. Puesto 2.036 de 9.144. De locos, para mí.
Me giro recuperando el resuello. Vuelven a encender una hoguera a mi espalda y me pego a ella para combatir el frío. Llamo a Pablo Osorio. El muy cab*** ha acabado en 38 minutos. Todo dicho. Está en el coche recogiendo las chaquetas. Casi a los diez minutos llega Jorge. Poco a poco nos vamos juntando todos: Jorge, María, Mudarra… Me pongo la radio un momento a ver cómo va el Granada. Vamos palmando con el Levante. Y justo veo a Ana. Le pregunto por Collina. “Uf, a este le queda”. Espero que llegara vivo. Nosotros ya nos íbamos a las duchas (Juanlu, no sabes lo que te quiero, y a la calefacción de tu casa, también).
En el horizonte, ya alejado, contemplo de nuevo el crepitar del fuego de las antorchas en meta. No asumo aún lo vivido. Sigo sin hacerlo. Llega olor a brasa, suena música flamenca, algún canto tradicional que no identifico, y algún compase más latino. Es la lumbre de la Parroquia Santa María Madre de la Iglesia. Hace fresco pero importa poco. La noche más mágica de Jaén solo acababa de empezar.
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