“O me atiendes ahora, o te rajo”
Agresiones al personal sanitario
Cuatro médicos relatan sus experiencias de violencia con pacientes
Todos ellos culpan a la saturación de los servicios del SAS
En seis meses hay 924 agresiones, de ellas 205 físicas
Los sindicatos contra las agresiones a los sanitarios: "Los servicios están cada vez peor atendidos y la gente está cansada"
“Hoy he atendido consultas de tres médicos, además de mi propia agenda y pacientes sin cita. Entró una señora y me dijo que o la atendía ahora, o me rajaba. No es algo extraordinario. Pasa muy a menudo”. Es el testimonio de una médica. Otra: “Sin decirle yo nada, la hija de una paciente entró en la consulta dando voces, insultándome y amenazándome de muerte. Antes ya me había pasado otro hecho similar”. Un médico reconoce que tuvo que “salir corriendo hasta la calle; me habían dicho que me merecía una paliza. Unos días después, una de ellos volvió a mi consulta, aunque afortunadamente estaba con una compañera que la atendió. Yo, sinceramente, no podía”. Uno más: “Empezaron a gritarme a medio palmo de mi cara y con la mano alzada. Tuve que llamar a la Guardia Civil”.
No es necesario ponerles nombres. No lo quieren por temor a posibles represalias. Ni tan siquiera el centro de salud donde trabajan. Son cuatro casos de agresiones los 924 que se han contabilizado en Andalucía en los primeros seis meses del año; de ellos 205 fueron físicas. De seguir esa tendencia –y todo hace pensar que aumentará– Andalucía cerrará el año con más de un médico agredido cada día en un centro de salud; otros cinco serán insultados o amenazados.
Los cuatro médicos, todos ellos con experiencia de años a sus espaldas, apuntan directamente al deterioro de la sanidad pública andaluza como la causa principal que explica el aumento de las agresiones al personal sanitario. Junto con la crispación que existe en la sociedad y la pérdida de valores y de educación, forman la combinación perfecta que pone a los profesionales sanitarios en el punto de mira de actitudes violentas a diario.
No hace tanto tiempo que a los médicos, al igual que a profesores y a sacerdotes, se les nombraba con el don o doña por delante. Ahora, una médica con años de carrera, asegura que “pasa miedo”. Fueron dos casos muy seguidos. “Una atención telefónica que me requería que pasara por su domicilio. Valoré el caso y le dije que no iba a ser en ese momento. Cuando fue a verla comenzaron los insultos, así que me fui”. No tuvo que esperar demasiado para vivir otro episodio similar. “Escuché en la sala de espera varios gritos, que estábamos conchabados con el gobierno y que no valíamos para nada. Era una mujer. Su hija entró en la consulta y me amenazó de muerte. La llevé fuera para que la grabaran las cámaras de seguridad y tener pruebas de lo que estaba pasando”. Un compañero de un pueblo, le contó su propia experiencia, más seria incluso que la suya. A su agresor, cuando fue reducido por el personal de seguridad, le encontraron “un hacha en su mochila”.
Una colega tuvo que pedirse una baja laboral. Sucedió hace años, pero lo recuerda como el primer día. “Fueron tres mujeres que entraron en la consulta y la pagaron conmigo. Un familiar había fallecido en el hospital, en un caso en el que no había tenido nada que ver, pero me tocó. Es demasiado habitual”. Reconoce que “se te quitan las ganas de seguir y, de hecho, a los médicos jóvenes les aconsejo que se vayan, que no merece la pena”.
“Tenía dos pacientes. Uno que había venido hace veinte minutos y otro hace cinco. Valoré que el último era más grave y lo atendí primero. Lo siguiente que escuché fue que era una mierda de médico y que merecía una paliza. Les pedí que no cuestionaran mi criterio médico. Seguí atendiendo al paciente que tenía en la consulta y después entró el otro acompañado por sus familiares como un miura. La madre, que es la que había montado todo el jaleo, intentó interponerse, pero su hijo no paraba de insultarme y amenazarme. Salí corriendo por la consulta de enfermería pediátrica y de allí a la calle”.
Éste último reconoce que no fue demasiado consciente de la gravedad de lo que le había pasado, tanto como para afrontar una guardia de veinticuatro horas unos minutos después. Una doctora, no pudo soportarlo y estuvo de baja laboral durante un tiempo. Afrontar el día siguiente, es el primero de los retos que afrontan esos profesionales; cómo se enfrentan horas después a una sala de espera en la que puede esconderse otra amenaza.
Se entiende la presión y el estrés que denuncian constantemente. La situación de la sanidad pública, que todos ellos defienden sin reserva alguna tampoco ayuda. “Entiendo cómo se encuentran quienes acuden a la consulta pedida por un catarro dos semanas después, cuando probablemente no les hace falta”. También “las horas de espera porque no hay médicos suficientes, hay bajas que tenemos que cubrir los que estamos en activo”. Si se espera para “una cita con el especialista, o el resultado de unas pruebas, todavía es peor. Esas demoras hacen que los pacientes estén enfadados y nosotros somos la cara visible de todo ello”. La promesa de limitar la agenda a 35 pacientes, se quedó en eso. “Veo hasta 55 o 60 en un día, ¿cómo crees que llego al final, a atender a los últimos?” confiesa uno de ellos.
El Servicio Andaluz de Salud habilitó un protocolo de acompañamiento a los profesionales que sufren estas agresiones. Se llama Plan de Prevención y Atención a las Agresiones. No fue así hace unos años: “yo acudí al juicio contra la persona que me agredió, acompañada de mi propio abogado, completamente sola”, reconoce una de las víctimas. Hoy sí hubiera tenido la atención de psicólogos y letrados. Otra cosa son las consecuencias: “fui al juicio contra mi agresor y el juez le impuso una amonestación porque sólo había sido esa vez y debía haberse producido más de una. En fin que quedó en nada”.
El melón de la “falta de educación y de valores” es demasiado complejo como para que ofrezca soluciones a corto plazo que son necesarias. El de la “crispación que se vive en la sociedad” también es de casi imposible arreglo. Ambas están en el diagnóstico que los profesionales hacen de unos síntomas que requieren una atención especializada cuanto antes.
Desde la administración se pone un tratamiento para esos síntomas, pero no se ataja la enfermedad. Valga un ejemplo. “El SAS nos ofrece cursos sobre cómo afrontar situaciones de este tipo, incluso de habilidades de defensa personal impartidas por agentes de la guardia civil. Desde luego, pueden ayudar, pero no son la solución a lo que ocurre”. Ninguno de ellos esconde cuál es la medida que falta y no se toma: “que contraten más médicos. Es la única forma que les listas de espera disminuyan y la actitud de los pacientes sea otra cuando llegan a la consulta”.
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